El Papa Francisco durante la celebración de la eucaristía en Villavicencio beatificará a dos sacerdotes cuyas muertes ocurrieron con más de 40 años de diferencia, pero que hacen parte de la violencia que ha marcado un muy largo trecho del acontecer de Colombia, donde hay 8 millones y medio de víctimas registradas históricamente.
A Pedro María Ramírez, párroco de la iglesia San Lorenzo en Armero, lo sorprendió en esa población tolimense la violenta reacción popular tras el asesinato del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán el 9 de abril de 1948 en Bogotá.
A Ramírez Ramos, oriundo de La Plata, sus victimarios le quitaron la vida a machetazos el 10 de abril por negarse a abandonar ese municipio.
Ese crimen se sumó a los miles de hechos cruentos perpetrados durante las siguientes décadas.
En julio último el Vaticano informó sobre la aprobación de Francisco al decreto que reconoce el “martirio”, al morir por “odio a la fe”, de monseñor Jesús Emilio Jaramillo Monsalve, nacido en Santo Domingo, Antioquia, y del sacerdote Pedro María Ramírez Ramos, nacido en La Plata, Huila.
Esa aprobación significa, además, la declaración oficial del Papa de la ejemplaridad cristiana de la vida de una persona con la que se autoriza su culto en la Iglesia católica en determinados lugares y actos.
A Ramírez la turba enloquecida lo masacró el 10 de abril de 1948 y a Jaramillo la guerrilla lo sacrificó el 2 de octubre de 1989. “Su martirio se vuelve ahora signo de esperanza”.
En Arauca
Más de 40 años después, el 2 de octubre de 1989, el infatigable brazo de la violencia alcanzó en la carretera Fortul-Tame, Arauca a monseñor Jaramillo Monsalve, quien viajaba en un campero con otros religiosos cuando fueron interceptados por integrantes del Eln.
Tras identificar a los ocupantes del vehículo los insurgentes retuvieron a Jaramillo con quien querían conversar y enviar un mensaje al gobierno.
Al día siguiente el cuerpo de monseñor Jaramillo fue encontrado con múltiples heridas de proyectiles de fusil cerca al sitio donde fue interceptado.